Eng.

Panorama is born with a very specific mission: to help create and reinforce a global consciousness regarding the different challenges we as a society face in terms of landscape and territory.

For that reason, we’ve decided to create this platform to join together artistic projects with didactic content to attempt to reach, in the easiest and most comprehensive way, this reflexion to a large part of the society.

We believe that artistic projects accompanied by specialized texts are the best tool for any person, even those who haven’t  shown interest in this subjects before, to understand how as a society we need to reflect on our relationship with landscape and territory.

With this idea Panorama aims to become a big archive where anyone can meet and consult the different authors regarding this matters. And what’s also important, to contemplate them from different points of view.

 

Cast.

Panorama nace con una misión muy concreta: ayudar a crear/reforzar una conciencia global sobre los distintos retos que tenemos como sociedad en relación al territorio y al paisaje.

Para ello, hemos decidido crear esta plataforma que aglutina proyectos artísticos con contenidos didácticos para intentar hacer llegar, de la manera más fácil y entendedora posible, esta reflexión a un amplio conjunto de la sociedad.

Creemos que los proyectos artísticos acompañados de textos especializados son la mejor herramienta para que cualquier persona, aunque nunca antes se haya interesado por estos temas, pueda comprender que como sociedad tenemos que hacer una reflexión sobre nuestra relación con el territorio y el paisaje.

Panorama pretende con esta idea convertirse en un gran archivo donde cualquiera pueda conocer y consultar los distintos autores que trabajan en torno a estas cuestiones. Y lo que también es muy importante, contemplarlas desde distintos puntos de vista.

 

Cat.

Panorama neix amb un objectiu molt concret: ajudar a crear/reforçar una consciència global sobre els diferents reptes que tenim com a societat en relació al territori i al paisatge.

Per això, hem decidit aquesta plataforma que aglutina projectes artístics amb continguts didàctics per intentar fer arribar, de la manera més fàcil y comprensible possible, aquesta reflexió a un ampli conjunt de la societat.

Creiem que els projectes artístics acompanyats de textos especialitzats son la millor eina per a que qualsevol persona, tot i que no s’hagi interessat mai abans per aquests temes, pugui comprendre que com a societat hem de fer una reflexió sobre la nostre relació amb el territori i el paisatge.

Panorama pretén amb aquesta idea convertir-se en un gran arxiu on qualsevol pugui conèixer i consultar els diversos autors que treballen a l’entorn d’aquestes qüestions. I el que també és molt important, contemplar-les des de diferents punts de vista.

 

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Joan Nogué Territorios sin discurso, paisajes sin imaginario. 2/3

III – EL RETO DE LA EFIMERALIDAD 

¿Qué podemos decir sobre la efimeralidad de nuestras sociedades que no hayan dicho ya filósofos como Ilya Prigogine o sociólogos como Zygmunt Bauman? BAUMAN (2003) califica el mundo actual de «líquido», en el sentido de que todos los ámbitos y rincones de la vida actual estarían sometidos a un proceso de licuefacción, inclusive los vínculos humanos. La geografía como disciplina no ha podido escapar a este proceso, ya que el concepto de espacio, que era su objeto más sólido, aferrado a la realidad del mundo físico frente a la volatilidad más tradicional del tiempo, también se ha vuelto, de alguna forma, más «líquido» (HIERNAUX, 2006). Nuevos procesos están impactando las ciudades y estos procesos están marcados por la movilidad, la fluidez, la falta de estabilidad y el imperio de lo efímero, sobre todo entre sus manifestaciones estéticas y lúdicas. Por otra parte, la reestructuración de la producción, en todos sus ámbitos, ha generado nuevas formas de trabajo que remiten a lo efímero, lo temporal, lo no duradero. Se acentúa, en definitiva, la volatilidad y la efimeralidad de las modas, de los productos, de las técnicas, de los procesos laborales, pero también de las ideas, de las ideologías, de los valores, de los símbolos. Se enfatizan las virtudes de la instantaneidad, de la obsolescencia instantánea. La espacialidad de la efimeralidad y de la fugacidad se está escribiendo continuamente y nosotros mismos formamos parte de ella. 

La efimeralidad es una categoría que afecta al conjunto de espacios contemporáneos, pero muy especialmente a los urbanos y, en ellos, sobre todo a los periféricos. En efecto, emergen en la ciudad nuevas geografías basadas en la efimeralidad (y también en la fugacidad) estructuradas en forma de redes espaciales extraordinariamente dinámicas y variadas que pocas veces tenemos en cuenta. He aquí, por ejemplo, las geografías de los «pizzeros» y de sus recorridos urbanos; las geografías de la noche (las del lumpen, las de las actividades ilegales que precisan de la nocturnidad); las geografías de la sexualidad y sus correspondientes cartografías del deseo (los puntos de prostitución en zonas públicas, los contactos sexuales fortuitos en lugares no definidos); las geografías de los mendigos y vagabundos, de los músicos de calle, de los vendedores y de los mercados ambulantes no autorizados; las geografías de las tribus urbanas, que a menudo delimitan sus territorios a través de tags y graffitti; en definitiva, un sinfín de redes espaciales que configuran otras geografías, a veces incluso con un cierto carácter disidente y alternativo y casi siempre heterodoxas, desconocidas y vistas con recelo, por su carácter trasgresor, nómada, de muy difícil localización y delimitación geográficas y, precisamente por ello, fuera de control. El saber geográfico ha proporcionado siempre al poder una información espacial de carácter durable, cartesiano, que le ha permitido controlar y gestionar el territorio con probada eficacia. Pero este mismo saber geográfico demuestra tener serias dificultades para describir y analizar lo nómada, lo efímero, lo fugaz… y el poder otras tantas para controlarlo y gestionarlo. 

El tiempo efímero ha penetrado también profundamente en la vida de los espacios urbanos turísticos (a los que pocas veces podemos calificar de ciudad), creando nuevos paisajes basados en la efimeralidad y en la fugacidad y complicando muchísimo, junto con la hibridación, su legibilidad, el cuarto reto que quería plantear en este artículo.

IV – UNA COMPLEJA LEGIBILIDAD 

La legibilidad semiótica de los paisajes contemporáneos sometidos a intensas transformaciones es compleja. No es nada fácil la descodificación de sus símbolos. La legibilidad de estos nuevos paisajes es más complicada que la propia del paisaje urbano compacto, aquella que aprendimos de la semiología urbana. En su ya clásico tratado sobre la imagen de la ciudad, Kevin LYNCH (1960) resaltaba cinco categorías esenciales para la lectura del paisaje urbano convencional: señales, nodos, senderos, umbrales y áreas homogéneas. ¿Qué categorías, qué claves interpretativas permitirían leer hoy el paisaje de la dispersión, el sprawlscape? Seguramente existen, y más pensadas para ser leídas en coche que no a pie, pero son, sin duda, más efímeras que las propuestas por Kevin Lynch, y de más difícil legibilidad. No es fácil integrar en una lógica discursiva clara y comprensible los territorios fracturados y desdibujados de los paisajes de frontera, paisajes que a veces parecen itinerantes, nómadas, porque son repetitivos, porque son los mismos en todas partes. Son los paisajes que alternan sin solución de continuidad adosados, terrenos intersticiales yermos y abandonados, polígonos industriales o simulacros de polígonos industriales, viviendas dispersas, edificaciones efímeras, vertederos incontrolados, cementerios de coches, almacenes precarios, viveros, paredes medianeras dejadas de la mano de Dios, líneas de alta tensión, antenas de telefonía móvil, carteles publicitarios (o sus restos), descampados intermitentes…, en fin, un desorden general, que genera en el ciudadano una desagradable sensación de confusión, de insensibilidad, de desconcierto. 

¿Cómo debemos interpretar estos paisajes? ¿Tienen valores? ¿Si no es así, es posible dotarles de valores? ¿Cómo leer estos paisajes, muchos de ellos vacíos, desocupados, aparentemente libres, que parecen tierra de nadie, territorios sin rumbo ni personalidad aparentes? Son espacios indeterminados, de límites imprecisos, de usos inciertos, expectantes, en ocasiones una mezcla entre lo que han dejado de ser y lo que no se sabe si serán. Muchos de ellos son terrains vagues, enigmáticos lugares que parecen condenados a un exilio desde el que contemplan, impasibles, los dinámicos circuitos de producción y de consumo de los que han sido apartados y a los que algunos (no todos) volverán algún día. Estos espacios intersticiales invisibles, opacos y abandonados se multiplican en las periferias urbanas, entre y a los lados de autopistas, autovías y cinturones orbitales, todos ellos potentes ejes viarios imprescindibles para que el nuevo sistema urbano funcione esquivando la continua amenaza del colapso. Estos espacios yermos entre autopistas han servido en muchas ocasiones de escenarios más bien tenebrosos y fúnebres para el cine de acción y la novela negra. Son el decorado preferido, por ejemplo, de James Graham BALLARD (2000 y 2002), uno de los escritores que más y mejor partido ha sacado de los mismos. Novelas como Crash y La isla del cemento, publicadas en su versión original en 1971 y 1973, respectivamente, con acentuadas dosis de erotismo y violencia, y sirviéndose del automóvil como metáfora sexual y también como metáfora global de la vida del individuo en la sociedad contemporánea, son un verdadero canto a uno de los paisajes más desolados e inhóspitos de nuestros entornos metropolitanos. 

Los territorios parecen no poseer discurso y los paisajes imaginario cuando su legibilidad se vuelve extremadamente compleja, tan compleja que se acerca a la invisibilidad, el quinto reto anunciado.

V – ¿CÓMO HACER VISIBLE LO INVISIBLE? 

Nuestras geografías cotidianas están llenas de paisajes incógnitos y de territorios ocultos, en buena medida debido a su compleja legibilidad. Cuando no entendemos un paisaje, no lo vemos: lo miramos, pero no lo vemos. Por eso, aunque no seamos conscientes de ello, aunque no los veamos ni los miremos, lo cierto es que nos movemos cotidianamente entre paisajes incógnitos y territorios ocultos, entre geografías invisibles sólo en apariencia. Las geografías de la invisibilidad (aquellas geografías que están sin estar) marcan nuestras coordenadas espaciales y temporales, nuestros espacios existenciales, puede que no más, pero sí tanto como las geografías cartesianas, visibles y cartografiables propias de las lógicas territoriales hegemónicas. 

Muchos de estos paisajes híbridos, periféricos y de frontera de los que hablamos se corresponden con espacios marginales, tanto desde el punto de vista geográfico como social. Se trata de las zonas inseguras, indeseables, desagradables, fácilmente sorteables y escamoteables a la mirada y que todos conocemos. Son los territorios de la ciudad oculta, que sólo entrarán en escena cuando, por diferentes razones, el espacio que ocupan se convierta en deseable, bien por procesos de aburguesamiento (gentrification), bien por otras vías.

Vemos los paisajes que «deseamos» ver, es decir aquellos que no cuestionan nuestra idea de paisaje, construida socialmente (NOGUÉ, 2007). Dicho de otra forma: buscamos en el paisaje aquellos modelos, aquellos patrones que se ajustan a los que tenemos en nuestro inconsciente colectivo, o que más se aproximan a ellos. Y por eso estos paisajes periféricos y fuertemente transformados son invisibles a los ojos de determinados grupos y sectores sociales.

Definitivamente, las geografías de la invisibilidad y sus correspondientes paisajes ocultos están aún por describir, por interpretar. Y es posible hacerlo en el marco de una ontología de lo visible ya anunciada en su día por Maurice MERLEAU-PONTY (1975) y basada en el convencimiento de que lo no visible está completamente entrelazado con lo visible; pero no como un simple hueco en la malla de lo visible, sino como la base que lo sustenta. Se establece entre los dos la misma relación que entre la luz y la oscuridad, que entre el blanco y el negro (como decía Paul Valéry, accedemos a la secreta negrura de la leche a través de su blancura). Una ontología reforzada por las aportaciones de la Gestalt y de todas las teorías de la percepción, que inciden una y otra vez en que la realidad está constituida, a la vez, por presencias y ausencias, por elementos que se manifiestan y otros que se esconden, pero que siguen estando allí. En otras palabras: la realidad no es sólo lo que se ve. Lo visible no puede identificarse con lo real, y viceversa. Nada mejor que el paisaje para aplicar una ontología de lo visible, porque el paisaje es, a la vez, una realidad física y la representación que culturalmente nos hacemos de ella; la fisonomía externa y visible de una determinada porción de la superficie terrestre y la percepción individual y social que genera; un tangible geográfico y su interpretación intangible. Es, a la vez, el significante y el significado, el continente y el contenido, la realidad y la ficción. 

En el caso de los territorios que han perdido o que están cambiando su discurso, debemos conseguir penetrar en lo invisible a través de lo visible; hacer visible aquello que miramos, pero no vemos. ¿Cuál es la llave para aprender a mirar lo que no se ve, para convertirse en una especie de zahorí del paisaje? Hay que ganar la batalla de la invisibilidad, profesionalmente y socialmente. Y es muy probable que ganemos esta batalla a través de la representación. Como afirmábamos hace un momento, vemos los paisajes que «deseamos» ver, aquéllos que no cuestionan nuestra idea de paisaje, construida socialmente; aquéllos que no cuestionan los arquetipos paisajísticos predominantes. Es el reto de la representación, el último reto que quería plantear en este artículo y y en el que más me extenderé. 

Joan Nogué, Els Hostalets d’en Bas, 1958.

Catedrático de Geografía Humana, Universitat de Girona.

Ería: Revista cuatrimestral de geografía, nº73-74, 2007.

(c) Texto por Joan Nogué